Se ha acabado el
verano.
Alejandro se
levanta, es una mañana más con la diferencia de que hay que volver
al colegio.
Les dice a papá y
mamá que le duele el estómago y papá le prepara una manzanilla.
Alejandro la bebe desganado; no es cierto que se encuentre mal, es
mucho más complejo. A sus 8 años ya no quiere ir al colegio, allí
no tiene amigos, sus compañeros le insultan y a veces incluso le
empujan y además nadie juega con él.
Alejandro no quiere
contárselo a papá y mamá, se siente mal, cree que es su culpa, que
es diferente, que los demás son mejores que él y que él no sirve
para nada...
Así que, tras tomar
la manzanilla, prepara sus cosas para ir a la parada del autobús; el
autobús que le llevarán allí donde empezarán los insultos
referidos a su baja estatura, a su poca habilidad para jugar a
fútbol, al hecho de que use gafas... y es que, cualquier cosa vale
para herirle.
Llega a su nueva
clase y se sienta en una de las filas de delante, sin ningún
compañero a su lado, como siempre; esperando que el día pase lo más
rápido posible, como siempre; tratando de pasar desapercibido, como
siempre...
Pero las cosas no
son tan sencillas porque existen personas que están destinadas a
cambiar el mundo de la gente que merece algo mejor, como Alejandro.
Llega la maestra a
clase, pero no viene sola, viene acompañada de una niña; es una
nueva alumna de la clase, la maestra la presenta a todos. Se llama
Noa, tiene 8 años, se ha mudado a la ciudad ese mismo verano y
espera que todos la ayuden a adaptarse al centro.
La maestra indica a
Noa que puede sentarse en el pupitre vacío de primera fila y la
acompaña.
En clase, se oyen
murmullos, todos comentan que la niña nueva no puede ver, que la
niña nueva, es ciega. La maestra ha debido olvidar mencionarlo.
La mañana pasa
rápidamente y cuando suena el timbre que marca la hora del recreo,
todos salen de la clase corriendo. Excepto Alejandro. Excepto Noa.
- ¿Por qué no
sales al patio? ¿Es por qué no ves?
- No, no es
porque no vea, necesito que alguien venga conmigo, esto es un sitio
nuevo para mi y me perdería, al igual que tú en un sitio que no
conoces. ¿Quieres acompañarme?
- Eh, no,
prefiero quedarme, aquí nadie me insultará, ni me pegará, ni me
quitará el bocadillo.
- Vamos a hacer
un trato, ¿vale?
- ¿Qué trato?
- Hoy, yo te
acompaño a ti, me quedo contigo y así no estarás solo, pero me
tienes que prometer que mañana a la hora del recreo, tú me
enseñarás la zona del patio y jugarás conmigo.
Alejandro no sabía
que decir, pero no había nada que desease más en ese momento que
tener alguien con quien compartir algo que no fuesen insultos; así
que acepta.
En el tiempo del
patio Alejandro y Noa hablan y hablan, se ríen, disfrutan; incluso
Noa le pide a Alejandro poder tocarle la cara para poder saber cómo
es; aunque sólo por la ternura de su voz ya sabe que es un niño
maravilloso.
Acaba el día de
clase y Noa le recuerda a voces la promesa mientras Alejandro va
hacia la puerta donde le espera papá.
Papá pregunta cómo
ha ido el día y por primera vez, Alejandro contesta un bien sincero.
Está deseando que llegue el día siguiente para ver a Noa.
La mañana
siguiente, al llegar a clase, Noa ya está sentada en su pupitre.
Ambos ansian la hora
del recreo, aunque Alejandro teme los insultos y desprecios del resto
de sus compañeros y que eso pueda hacer pensar a Noa cosas malas
sobre él.
Finalmente suena el
timbre, todos los niños corren al patio, Alejandro se levanta,
dispuesto a cumplir su promesa.
- Vamos al patio
- Alejandro, ¿me
puedes dar la mano? Así me sentiré más segura.
Él duda unos
instantes y luego coge la mano de la niña, quien le dedica una
sonrisa.
Salen juntos al
patio y poco después allí empieza la historia de siempre; insultos,
algún empujón... Alejandro baja la cabeza y empieza a llorar, pero
Noa aprieta su mano y le pide: “sigue enseñándome el patio, por
favor; recuerda que te necesito a mi lado y que me lo prometiste”.
Él levanta la
cabeza, mira a los abusones y empieza a caminar, con Noa de la mano,
esquivándolos, y continúa mostrando a la niña el patio,
acercándose a cada columpio para que la niña pueda tocarlos.
Alejandro a dado el
primer paso del nuevo camino a recorrer; un camino que ahora no recorrerá solo sino junto a su nueva amiga.
No me cabe ninguna duda de que el mundo está lleno de Alejandros... y este relato nos hace pensar hasta qué punto alguien como Noa puede llegar a tener valor para, con su obligada fortaleza, iluminar la vida de aquellos que, por alguna u otra razón, se sienten tan perdidos en la vida como si les faltara la ayuda de sus sentidos.
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