jueves, 15 de diciembre de 2011

Cuento (2)

El otro cuento prometido en la entrada anterior:



Se ha acabado el verano.

Alejandro se levanta, es una mañana más con la diferencia de que hay que volver al colegio.
Les dice a papá y mamá que le duele el estómago y papá le prepara una manzanilla. Alejandro la bebe desganado; no es cierto que se encuentre mal, es mucho más complejo. A sus 8 años ya no quiere ir al colegio, allí no tiene amigos, sus compañeros le insultan y a veces incluso le empujan y además nadie juega con él.
Alejandro no quiere contárselo a papá y mamá, se siente mal, cree que es su culpa, que es diferente, que los demás son mejores que él y que él no sirve para nada...
Así que, tras tomar la manzanilla, prepara sus cosas para ir a la parada del autobús; el autobús que le llevarán allí donde empezarán los insultos referidos a su baja estatura, a su poca habilidad para jugar a fútbol, al hecho de que use gafas... y es que, cualquier cosa vale para herirle.

Llega a su nueva clase y se sienta en una de las filas de delante, sin ningún compañero a su lado, como siempre; esperando que el día pase lo más rápido posible, como siempre; tratando de pasar desapercibido, como siempre...

Pero las cosas no son tan sencillas porque existen personas que están destinadas a cambiar el mundo de la gente que merece algo mejor, como Alejandro.

Llega la maestra a clase, pero no viene sola, viene acompañada de una niña; es una nueva alumna de la clase, la maestra la presenta a todos. Se llama Noa, tiene 8 años, se ha mudado a la ciudad ese mismo verano y espera que todos la ayuden a adaptarse al centro.
La maestra indica a Noa que puede sentarse en el pupitre vacío de primera fila y la acompaña.
En clase, se oyen murmullos, todos comentan que la niña nueva no puede ver, que la niña nueva, es ciega. La maestra ha debido olvidar mencionarlo. 

La mañana pasa rápidamente y cuando suena el timbre que marca la hora del recreo, todos salen de la clase corriendo. Excepto Alejandro. Excepto Noa.

- ¿Por qué no sales al patio? ¿Es por qué no ves?
- No, no es porque no vea, necesito que alguien venga conmigo, esto es un sitio nuevo para mi y me perdería, al igual que tú en un sitio que no conoces. ¿Quieres acompañarme?
- Eh, no, prefiero quedarme, aquí nadie me insultará, ni me pegará, ni me quitará el bocadillo.
- Vamos a hacer un trato, ¿vale?
- ¿Qué trato?
- Hoy, yo te acompaño a ti, me quedo contigo y así no estarás solo, pero me tienes que prometer que mañana a la hora del recreo, tú me enseñarás la zona del patio y jugarás conmigo.
Alejandro no sabía que decir, pero no había nada que desease más en ese momento que tener alguien con quien compartir algo que no fuesen insultos; así que acepta.

En el tiempo del patio Alejandro y Noa hablan y hablan, se ríen, disfrutan; incluso Noa le pide a Alejandro poder tocarle la cara para poder saber cómo es; aunque sólo por la ternura de su voz ya sabe que es un niño maravilloso.
Acaba el día de clase y Noa le recuerda a voces la promesa mientras Alejandro va hacia la puerta donde le espera papá.
Papá pregunta cómo ha ido el día y por primera vez, Alejandro contesta un bien sincero. Está deseando que llegue el día siguiente para ver a Noa.

La mañana siguiente, al llegar a clase, Noa ya está sentada en su pupitre.
Ambos ansian la hora del recreo, aunque Alejandro teme los insultos y desprecios del resto de sus compañeros y que eso pueda hacer pensar a Noa cosas malas sobre él.

Finalmente suena el timbre, todos los niños corren al patio, Alejandro se levanta, dispuesto a cumplir su promesa.

- Vamos al patio
- Alejandro, ¿me puedes dar la mano? Así me sentiré más segura.

Él duda unos instantes y luego coge la mano de la niña, quien le dedica una sonrisa.
Salen juntos al patio y poco después allí empieza la historia de siempre; insultos, algún empujón... Alejandro baja la cabeza y empieza a llorar, pero Noa aprieta su mano y le pide: “sigue enseñándome el patio, por favor; recuerda que te necesito a mi lado y que me lo prometiste”.
Él levanta la cabeza, mira a los abusones y empieza a caminar, con Noa de la mano, esquivándolos, y continúa mostrando a la niña el patio, acercándose a cada columpio para que la niña pueda tocarlos.

Alejandro a dado el primer paso del nuevo camino a recorrer; un camino que ahora no recorrerá solo sino junto a su nueva amiga.


1 comentario:

  1. No me cabe ninguna duda de que el mundo está lleno de Alejandros... y este relato nos hace pensar hasta qué punto alguien como Noa puede llegar a tener valor para, con su obligada fortaleza, iluminar la vida de aquellos que, por alguna u otra razón, se sienten tan perdidos en la vida como si les faltara la ayuda de sus sentidos.

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